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2020

Año Internacional de la Enfermería

Año Internacional de la Sanidad Vegetal

LOS SUEÑOS DE TOLOSA

Juan Carlos Cena

El sabio es quien quiere
asomar su cabeza al cielo;
y el loco es quien quiere
meter el cielo en su cabeza.
Chesterton

La sensatez no conviene
en todas las ocasiones;
a veces hay que ser un
poco loco con los locos.
Menandro

Sé loco cuando la ocasión te lo reclame.
Catón.

La locura es una placer
Que solo los locos conocen
Anónimo

 

¡Quién! ¿Y cómo descubrimos a Tolosa?
¿A quién le cuenta sus sueños Tolosa?
¿Por qué Tolosa está en Oliva?
Oliva, es un hospital neuropsiquiátrico de la provincia de Córdoba.    

El Negro Tolosa está ahí, en Oliva, porque se escapó del mundo de los cuerdos. Harto, del mundo de los cuerdos y sensatos, buscó refugió en el otro mundo: el de los locos. En el mundo de los cuerdos, al que sueña le va mal, decía. No respetan los sueños. Defender a los soñadores es una aventura hacia la muerte. En ese mundo, el de los cuerdos, nadie sueña. Si lo hace, la clandestinidad es su refugio. Su vida está llena de simulaciones y mentiras. Uno se invisibiliza para protegerse. Transita así, transparente como el propio espíritu que lo habita.  Es que el mundo de los cuerdos reina la mediocridad, o sea, el aburrimiento de la vida. La intolerancia del mediocre es abundante. Ese, es un mundo lleno de olvidos, y el que olvida – digo yo – no puede soñar. El que no sueña no es libre y si sueña y no defiende sus sueños tampoco es libre. Y si no es libre por esa causa, es un indigno de sí mismo, y si es un indigno, seguro que es un cobarde, y los cobardes son buchones.

PAJAROS EXOTICOS 1MARIPOSA

- Por eso me rajé, dijo ante una pregunta de un amigo extrañado del porqué está ahí.
- Pero vos, ¿no estás loco entonces?
- Si estuviera loco no te contaría esto con cordura. Me hago el loco, como una manera de ser libre. No me refugio en la clandestinidad, sino que vivo con los locos. Aquí soy libre. Soy Yo. Sueño en voz alta, el olvido no existe y la memoria me hierve. Todos los locos sueñan su locura. Yo no soy un extraño para ellos. Aprendí a vivir con ellos y a entenderlos.
- ¿Hace mucho que estás acá?
- Si, un tiempo. Aquí no me interesa el almanaque.
- Vos te llamas…
- Me dicen Tolosa, pero mi nombre vos ya lo sabes. Pero te lo digo: Aurelio Busto, pa´ servirle…
- De donde sos, es decir, donde vivías antes de desertar del mundo de los cuerdos.
- De Córdoba, allí tuve varios laburos. Anduve trabajando en la cosecha de maní en el sur de Cordoba, de un lugar a otro andaba bolseando, en el ferrocarril de peón de vía y obras. Me encariñe con los ferroviarios, en los campamentos de los chelqueros (son los peones que arreglan las vías), viste, así les decían a esos trabajadores de las vías; se hablaba en el medio de los fogones de todo, más precisamente de política. A veces, porque había terminado la obra, rumbeaba para la ciudad, o me venía pa´ la cosecha. En una de esas conocí Oliva y su loquero. Fui varias veces a laburar en unas changas. Me hice amigos de varios locos, no eran los más jodidos. Hablan y hablan. Eran muy vivos. La vida ahí no era fácil. De verlos me acostumbré a ver a estos seres humanos casi distintos a mí. Descubrí que eran libres. Cantaban lo que querían. Soñaban y soñaban vieras vos…

Retozaban sobre un banco. A uno vi como recogía las migas de pan de las mesas después del desayuno. Luego se iba con ellas cerca no más, al patio, debajo de un árbol. Cuando se iba arrimando, una bandada de pájaros se descolgaba de los ramajes chillando, haciendo un gran quilombo. Prácticamente lo cubrían, entre los que se le prendían de la ropa y los que volaban a su alrededor, como si fueran satélites alados. Éste, el loco, empezaba a esparcir el miguerio, un gorjeo de satisfacción se sentía en cada mañana. Distribuía como podía al miguerio. Los pájaros esperaban cada mañana. No salían hasta que el Rigoberto llegaba y repartía como podía. Luego se trepaban sobre él, lo esculcaban como buscando algún piojo, pulga o bicho saltarín. Los picoteaban como si lo limpiaran, le escarbaban la nariz, le introducían el pico en las fosas nasales, un estornudo los expulsaba, los hacía retroceder nada más que eso. Volvían, como planeando, apuntaban a la nariz y adentro… quedaban otros como suspendidos en el aire gorgojeando en el entorno de Rigoberto.

Algunos eran sus preferidos, un jilguero, una caserita (hornero) y una torcacita. Era el momento más feliz del Rigoberto. Un día, no sé cómo, apareció una palomita de la virgen, o viudita, como le dicen porque tiene una o dos plumas negras. Era toda blanca. De entrada, ésta, se tomó todas las confianzas. Se posó sobre el antebrazo del Rigoberto. Vivoracheaba, intranquila se movía pero no bajaba al reparto. Cuando todos los pájaros se lanzaban en picada ésta se quedaba. Saltaba sobre el antebrazo en forma rara, se quedaba prendida de la solapa, luego al antebrazo y así. El Rigoberto tieso, con los ojos agrandados, más de lo usual en ellos. No sé por qué pero los locos abren bien los ojos.

Un pequeño hilo de baba le corría al Rigoberto por las comisuras, tieso como un retrato, le comenzaron a brotar unas lágrimas, cada vez más y más Un charco salado contorneaban sus zapatos. La palomita se movió como observándolo y tomo vuelo sin participar en el festín de las migas. Rigoberto se descompuso cuando la paloma se fue, lo llevaron a la enfermería, le inyectaron suero, estaba deshidratado de tanto lagrimear. Al tiempo volvió a salir. Pero sin sus migas de pan. Los pájaros ya no estaban. El Rigoberto salía y buscaba sin las migas de pan a esa palomita blanca. Al Rigoberto nadie le preguntó nada, ni antes ni después. Solo lo miraban, le observaban el silencio de sus sueños.

Cuando observé el fenómeno de Rigoberto me carburó la cabeza…
- Yo me pianto para acá, es el mejor lugar, me dije una y otra vez…
- ¿Cuándo fue eso? Pregunto un amigo
- Con los milicos se puso la cosa jodida. Había trabajado en varios oficios. En casi todos fui delegado, en casi todos me echaron. Ya no tenía cabida en la ciudad. Cuando venía a las cosechas me sentía bien. Por la zona de Canals, Etruria, Villa Nueva, casi siempre costeleteando la ruta 9 y la 8. Las rutas provinciales unían esas dos rutas. Fui camionero, chofer de ómnibus, trabaje en una concesionaria como ayudante mecánico. Para los fierros me daba maña. Me gustaba ser soldador con soplete de oxigeno que utilizan los chapistas, en fin… la necesidad me hizo aprender varios oficios.

Nunca me gusto el prepo. Más de una vez un patrón me rigoreo porque andaba distraído. Me distraían los sueños.  Eran como una enfermedad. Me venían y no los podía parar. Los otros cuerdos creían que era un idiota, en otros momentos me criticaban duro después de varios sueños, luego era expulsado sin más. Me daba cuenta, pero era al ñudo, no sé si nos los podía parar. Cuando venían los sueños a uno lo abrazaban, eran un inmenso placer no más. O es que era una enfermedad, como ya te dije, placentera. Como ya te dije, los médicos me decían que no tenía remedio.

Un día le conté a un tordo (médico) lo que me pasaba. Me envió al psiquiatra, éste al psicólogo. Éste me tendía en un sofá, me hacía hablar y contarle mi inquietud, esa, la de soñar y el escuchar, me cobraba. Yo era un seco, así que no concurrí más. Pero me vendieron la idea de ver a los parientes para constatar mi locura, porque decían que simulaba.

Cuando venía a Oliva, al ver a Rigoberto se me prendió la lamparita. Pensé y pensé: decidí hacerme internar en el manicomio. Debía planificar todo. No podía ir porque yo quisiera. Debía ser aceptado por recomendación médica. Invente un sueño de loco. Cuando se lo narre al psiquiatra y a la junta médica por unanimidad recomendaron la internación, al manicomio…

PAJAROS

Rigoberto decía que él quería volar. Que se sentía pájaro. Fabricó unas alas de alambre, estas se ataban a los brazos para aletear. Le pegó plumas. Su familia recién ahí comenzó a convencerse que estaba loco. Su primer vuelo lo práctico desde un tapial. Los parientes y vecinos murmuraban al observar el comportamiento de Rigoberto. Se pegó unas flores de golpes en el cuerpo. A pesar de ello, no modificó su atuendo de pájaro. Consiguió bolsas de plumas en los lugares donde faenaban pollos. Cubrió su cuerpo con una melaza gelatinosa, comenzó a pegar las plumas. Era un pájaro que hablaba, decía en ese hablar que era un ave, aleteaba como una avecilla, torpemente… deliraba en ese andar, amenazó con tirarse del techo, lo internaron. Consiguió su objetivo.

PAJAROS EXOTICOS

Yo observaba y sacaba enseñanzas. No podía repetir la historia del pájaro para que me internaran. Mientras, deliraba, me llevaron al médico, me dio calmantes. Simulaba tomarlos. En ese transitar aprendí a simular, como si fuera una actuación, cada vez mejor, y así. De nuevo al médico. Me internaron en el hospital San Roque, simule estar más loco. Lo único que pensaba era como simular para que me internaran, una y otra vez rechazaba mis propias propuestas. Me dieron de alta.

Eran tiempos de mariposas anunciando la llegada de la primavera. Uno de esos días me encuentro con una mariposa, estaba tirada en el suelo. Era una monarca grande, de alas veteadas de negro y color ocre. Son las que migran desde México a Canadá con un descanso en California. Pero ¿Qué hacia acá? La levante porque estaba siendo acosada por hormigas hambrientas. La coloqué en la palma de mi mano, tratando de no tocarle las alas. Ellas, las mariposas tienen en las alas un polvillo que las protege. Comencé a darle aire con mi aliento tibio. Aleteo como si me agradeciera, una y otra vez. Luego se aquietó.

A medida que le hablaba aleteaba, parecía que contestaba, como si fuera una comunicación. El aleteo no era el mismo. Lento, vivo, a veces seguido, como impaciente. Me senté en el cordón de la vereda tratando de traducir lo que me quería decir. Estuve horas observándola, dándole aire tibio… me fui encariñando, hubo reciprocidad. Me lo comunicaba por la manera de mover su cuerpo agusanado, siempre decía algo, me daba cuenta también por sus aleteos. Horas así… con sus antenas vibrando captando ondas, temblores…
Llegué a mi casa con la mariposa en el cuenco de la mano. Con la otra la encubría, por entre la abertura de los dedos le daba aire con mi aliento. Ella como que retozaba. A medida que pasaba el tiempo la relación con la mariposa era más fluida, más comunicativa, y en ese recorrer aparecieron sensaciones y sentimientos extraños, nunca sentidos….y me dije, la estoy queriendo, ¡de locos! Y ahí no más me dije, porque yo siempre me digo: y si les digo a los míos que estoy enamorado de la mariposa, ¿ah? Qué dirán, que estoy loco. Pero es que además es cierto la estoy queriendo a través de un sentimiento extraño. Y ella recíprocamente. Cosa de perturbados. Me estoy enamorando de una mariposa y no disimulo. No era la simulación de la locura. Era un amor raro, extraño en el reino animal. ¡Que lo pario!

Le conté a mi familia. Solo me miraron. Me dieron una pastilla para tranquilizarme. Al rato apareció un señor con guardapolvo y un maletín. Era un médico. De esos que te miran el mundo interior. Un psicólogo. Miró mis ojos bajándome los parpados, luego me tomo la presión y las pulsaciones. Después comenzó a interrogarme buenamente, preguntó cómo estaba la mariposa, mostró satisfacción al saber que bien. Era un buen escrutador de almas, miraba mis reacciones y a los segundos preguntaba nuevamente bien, dejándome contento, sin ofender… Terminó y solo dijo: hay que internarlo. No me sorprendió y si me agradó. 

Me internaron. Llegué al Oliva, Rigoberto me presentó como su amigo. ¿Se acuerdan de él? Es el que se disfrazó de pájaro. Algunos me aplaudieron. Cuando Rigoberto les contó mi enamoramiento con la mariposa, otra vez batieron palmas, pero más fuerte.
A todo esto, la cajita con agujeros para que respirara la mariposa la llevaba escondida entre los pliegues de mi ropa. Cambiaron mi vestimenta, luego me introdujeron en una celda con miradores que te observaban desde afuera. Saqué la cajita que estaba tibia.
Le busqué un lugar secreto a la mariposa en la celda, un refugio para que no la dañaran. Uno nunca sabe con qué cuerdo se va a encontrar.

Al otro día, cuando salgo al patio con los otros locos al recreo, veo con asombro ese mundo de locura. Ninguno triste. Todos sueltos sin molestar a nadie, con risas payasescas, algunos baboseando palabras inentendibles. Yo era el único quieto.

MARIPOSA MONARCA

MARIPOSA

Me dije: me descubren que estoy simulando y me rajan, de inmediato improvise un rito mezclado de movimientos y sonidos guturales. Los médicos observaban y anotaban.  Si me observaban, sospechaban de mi enamoramiento sincero con la mariposa Monarca. Parecía que no, pero si… La simulación se transformó en arte. Allá afuera le llaman hipocresía.  Al tiempo inventé unas pantomimas como que cazaba mariposas. Rumbeaba para estar bajo la sombra de los árboles, sacaba mi cajita con mi mariposa y la aireaba. Le hablaba, ella me contestaba aleteando suavemente. Yo seguía simulando la caza de mariposas, extendía mi brazo con los dedos índice y pulgar juntos, como formando una pinza para atraparlas. Comenzaron a decirme el loco de la mariposa.

MARIPOSA

Por otro lado, en la celda, secretamente, hablaba con mi mariposa, cada día me enamoraba más y más de ella. Ella, cada vez más mortecina, más quieta, sin mover sus alas. Intuí el desenlace. Comenzó en mí un desequilibrio sombrío, fantasmagórico… temblaba lleno de temor por la proximidad de la perdida.

Por otro lado, no me fue fácil acostumbrarme a los locos de verdad. Había dos clases de locos, los que no sabían de su locura que deambulaban. Eran como vegetales, las moscas los rodeaban, y ellos no las espantaban. Si andaban con las bocas abiertas se les metían. Ahí se quedaban estacionadas, les producían enfermedades infecciosas. Los curaban, ellos solo reían… Algunos con los esfínteres flojos se orinaban, defecaban y así andaban hasta que los detectaban los enfermeros, primero los manguereaban, luego los vestían y los lavaban bien, casi una rutina.

Me costó mucho verlos así tan diferentes por sus deficiencias mentales…
Era rutina que los médicos y enfermeros nos observaran si éramos simuladores o no. Yo a ellos. Inventaba sueños de locos, exponía mi enamoramiento con la mariposa, ésta interpretación me salía muy bien… era sincera, me iba salvando.

Un día, esos de requisa rutinaria, lo guardianes encontraron la cajita con la mariposa. Estaba muerta. Mustia. Me la mostraron. Sus alas caídas, las antenas dobladas, sus ojos vidriados y espejados sin mirar, ni un movimiento, su cuerpo fláccido de muerte. Me salió un grito como si fuera un rotura del alma, caí de rodillas, convulsionado, vomitando, llorando, ¡ay de mí! me dije una y otra vez. Era la primera que vez que me enamoraba. Nunca antes. Ni una mujer. A los pobres no nos es fácil enamorarnos, y menos si sos peón golondrina. ¿Dónde te posas para hacer un nido? En la pobreza es todo sombrío, nos invade una tristeza sin par, sin luz por delante, sin promesas ni futuros. ¿Cómo uno no se iba a enamorar?  La mariposa Monarca me dio luz y una sensación de volar y ser libre.

Por eso digo al final, con esta lamparilla en la mano que: Acabo de morir… como un pobre.


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